El mundo pre-pandémico no pintaba bien para esa experiencia viviente “le spectacle vivant”, entendamos en estos términos al arte escénico (música, teatro, danza, lecturas de poesía, etc.). El mundo pandémico actual anula la experiencia en su totalidad. El mundo post-pandémico, se dice, reivindicará lo viviente, el contacto humano así como el arte que nos hace vibrar en una sala (una suposición difícil de demostrar).
El arte viviente, anterior a la pandemia y desde un punto de vista crítico-económico, era ya un artefacto, un objeto que adorna los weekends de la gente “productiva” que se puede dar ese lujo y un objeto desconocido e incipiente para la otra parte de la población (la mayoría) que no se podía dar ese gusto, por ignorancia y, siendo más realista, por pobreza.
Entiendo que ahora, una franja muy amplia de la sociedad (hacinada y con acceso a las redes sociales), encuentre excitante descubrir en sus pantallas del ordenador, el arte: comenzaron la lectura de un libro online, vieron una obra de teatro online, escucharon un concierto de orquesta o interactuaron con su cantante pop favorito en una transmisión live. ¡Y todo gratuitamente! Pero no olvidemos que otra gran parte de la sociedad tiene un acceso restringido o casi nulo a internet (aun en Estados como Alemania, Francia o Austria) debido a la baja conectividad, pero también debido a los bajos ingresos que impiden acceder a estos medios de comunicación (vemos ahora las dificultades de la educación on-line para muchas familias). Esta problemática en Latinoamérica es, claramente, más aguda.
Si la sociedad está descubriendo el arte por medio de sus pantallas, anulando la excitación del “espectáculo viviente” en donde lo memorable (la experiencia de vida) es ver a los actores, músicos y bailarines inmersos en el espacio de una escenografía o de una sala de conciertos donde la arquitectura también es parte del evento; si gran parte de ella ni siquiera tiene acceso a las redes sociales; y por último, si todo se le está brindando gratuitamente en las plataformas online, dejando en un clara desventaja el trabajo de los artistas y de miles de trabajadores que dependen de esta fuente de ingresos; entonces ¿por qué este entusiasmo por parte de los políticos, la sociedad y hasta de los artistas por el “redescubrimiento” del arte durante la pandemia?
Tanto receptores como productores de contenidos online están cayendo en una trampa de consumismo y no tengo razones para pensar que, su exaltación, tenga sustento. Tampoco puedo afirmar que el mundo post-pandémico reivindicará el papel del arte en nuestras vidas, en la de todos, artistas, políticos y sociedad. Más aún, la salida del túnel de la pandemia no será de un día para otro, sino gradual, exactamente como la luz que va llegando al final del túnel. En este proceso paulatino hacia la “nueva normalidad”, como ya la han calificado algunos, se perderá el interés por el arte. La sociedad necesitará primeros auxilios para subsistir: salud, trabajo y medios básicos para el esparcimiento tanto como libertad para pasear y reunirse en familia y con amigos.
¿Y el arte, en dónde queda en esta vuelta a la nueva normalidad que tanto imaginamos? ¿Seremos una sociedad que finalmente hará del arte una prioridad? No lo creo.
Me encuentro entonces, en estos días de hacinamiento, en una encrucijada. Por un lado veo el entusiasmo que suscita en la sociedad los post online (reitero: gratuitamente) de artistas e instituciones como casas de ópera, teatros y museos, y lo celebro. Pienso que finalmente el arte encontró un vericueto por dónde meterse en nuestras vidas, nos vemos reflejados en esas obras que hablan de nosotros. Nos descubrimos humanos, con imaginación, con sentimientos. Por otro lado, veo con horror que esa sociedad confinada haya descubierto el arte por medio de una pantalla y lo peor de todo, gratuitamente: el arte como artefacto del confinamiento, anulado de su valor, mermado por la gratuidad y el fácil acceso, filtrado por la circunstancia inadmisible del aburrimiento, en el encierro. Existen ya algunas plataformas online, sobre todo en Europa, que comienzan a cobrar por el acceso a los espectáculos. También veo que los artistas comienzan a ver el problema de brindar sus contenidos de manera gratuita. La discusión emprende una nueva dirección y deja la trillada idea del arte como elemento catártico del confinamiento.
Sé de gente que nunca ha ido al teatro, a la danza o a una exposición de pintura, mucho menos escuchado música contemporánea. El arte y la vida se compenetran, para un artista su creación es un reflejo de su vida, no podría ser de otra manera, él es en sí, la forma y el contenido, su obra es un contenido formal. No hay manera de salir de ahí, es un juego de contextos privado. Pero para la sociedad que, por decirlo así, vive otra realidad, el arte es un artefacto que no se compenetra con su vida, no tiene porqué sentirse reflejada en él, es para ella un medio simbólico de poder, de placer o de gozo, o simplemente una actividad más.
El arte, para poder tener esa filtración a la sociedad tiene que pertenecer y ser valorado en la esfera pública, así como vemos lo que pasa con algunas profesiones, cuidadores, limpiadores o enfermeros, donde queda demostrado ahora, durante la pandemia, su valor dentro de lo público. Es ahí, en este proceso de inserción, donde requerimos políticas culturales fuertes. Tenemos que distinguir entre los gigantes y los molinos. El arte nos ayuda a imaginar, pero en el mundo post-pandémico necesitará que se integre en nuestras vidas como un molino que genere un cambio social, ya tenemos algunas pistas: anualmente el 3.8% del PIB de Alemania lo genera el arte y más gente asiste a museos y casas de ópera que a partidos de fútbol.
Pero tengamos cuidado porque esta pandemia sacó a la luz una problemática del sector cultural, que se da prácticamente en todo el mundo, referente al trabajo remunerado de los artistas. Tomo como botón de muestra lo publicado recientemente en una encuesta de la universidad de Valencia (19-06-2020 El Salto diario), indicando que, durante la pandemia, seis de cada diez trabajadores culturales recibieron propuestas de trabajo sin cobrar ¿Seguiremos viendo al arte y al sector cultural como un artefacto sin valor al terminar la pandemia?
Soy quijotesco y pienso que habrá cambios, pero pertenezco a una generación (nacida a mediados de los años setenta) que sólo ha peleado con crisis gigantescas. La que se avecina no tiene precedente.